
Renzo el payaso ya se había ido a su caravana a descansar, los trapecistas Manuel y Joao me dijeron que no me fuera, que la fiesta iba a empezar ahora. Lucrecia, la contorsionista, le guiñó un ojo a Paolo, el domador de tigres, y los cuatro me invitaron a la caravana blanca. Era mi séptimo día en el Circo y era la primera noche que los acompañaba. Nos sentamos en corro y Lucrecia, robándome una sonrisa, desnudó su brazo derecho, Paolo sacó algo de una caja de música y entusiasmado dijo: el "caballo" nunca debe faltar en el circo.
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